El signo

Supongamos que el señor Sigma, en el curso de un viaje a París, empieza a sentir molestias en el "vientre'. Utilizo un término genérico porque el señor Sigma por el momento tiene una sensación confusa. Se concentra e intenta definir la molestia: ¿ardor de estómago?, ¿espasmos?, ¿dolores viscerales? Intenta dar un nombre a unos estímulos imprecisos y al darles nombre los culturaliza, es decir, encuadra lo que era un fenómeno natural en unas rúbricas precisas y "codificadas"; o sea que intenta dar una experiencia personal propia, una calificación que la haga similar a otras experiencias ya expresadas en los libros de medicina o en los artículos de los periódicos.
Por fin descubre la palabra que le parece adecuada: esta palabra vale por las molestias que siente. ? Y dado que quiere comunicar sus molestias a un médico, sabe que podrá utilizar la palabra (que el médico está en condiciones de entender), en vez de la molestia (el médico no siente o quizá no la ha sentido nunca en su vida).
Todo el mundo estará dispuesto a reconocer que esta palabra, que el señor Sigma ha individualizado, es un signo, pero nuestro problema es más complejo.
El señor Sigma decide pedir hora a un médico. Consulta la guía telefónica de París; unos signos gráficos precisos le indican quiénes son médicos y cómo llegar hasta ellos.
Sale de su casa, busca con la mirada una señal particular que conoce muy bien: entra a un bar. Si se tratara de un bar italiano intentaría localizar un ángulo próximo a la caja donde podría haber un teléfono, de color metálico. Pero como sabe que se trata de un bar francés, tiene a su disposición otras reglas interpretativas del ambiente: busca una escalera que desciende al sótano. Sabe que en todo bar parisino que se respete, allí están los lavabos y teléfonos. Es decir, el ambiente se presenta como un sistema de signos orientadores que le indican dónde podrá hablar.
Sigma desciende y se encuentra frente a las tres cabinas más bien angostas. Otro sistema de reglas le indica cómo introducirá una de las fichas que lleva en el bolsillo (que son diferentes y no todas se adaptan a aquel tipo de teléfono: por lo tanto leerá la ficha X como "ficha adecuada al teléfono M tipo Y") y, finalmente, una señal sonora le indica que la línea está libre; esta señal es distinta de la que escucha en Italia, y por consiguiente tendrá otras reglas para "decodificarla"; también aquel ruido (aquel bourdonnement, como lo llaman los franceses) vale por la equivalencia verbal de "vía libre".
Ahora tiene delante el disco con las letras del alfabeto y los números; sabe que el médico que busca corresponde a DAN.001 9, esta secuencia de letras y números corresponde al nombre del médico, o bien significa "casa de tal". Pero introducir el dedo en los agujeros del disco y hacerlo girar según los números y letras que se desean tiene además otro significado: quiere decir que el doctor será advertido del hecho de que Sigma lo llama. Son dos órdenes de signos diversos, hasta el punto de que puede anotar un número de teléfono y saber a quién corresponde y no llamarlo nunca; puede marcar un número al azar, sin saber a quién corresponde, y saber que al hacerlo llama a alguien. [ ... ]
Podemos abandonar a Sigma a su destino (con nuestros mejores deseos): si consigue leer la receta que le dará el médico (cosa nada fácil porque la escritura de los clínicos plantea no pocos problemas de descifrado) quizá se ponga bien y pueda gozar aún de sus vacaciones en París.
Puede ocurrir también que Sigma sea testarudo e imprevisor y que ante el dilema: "O deja de, beber o no puedo asegurarle nada sobre su hígado", llegue a la conclusión de que es mejor gozar de la vida sin preocuparse de la salud que quedar reducido a la condición de enfermo crónico que pesa alimentos y bebidas en una balanza. En este caso, Sigma establecería una oposición entre buena vida y salud que no es homóloga de la tradicional entre vida y muerte; la vida, vivida sin preocupaciones, con un riesgo permanente, que es la muerte, le parecería como la misma cara de un valor primario, la despreocupación, al cual se opondrían la salud y la preocupación, ambas emparentadas con el aburrimiento. Por lo tanto, Sigma tendría su propio sistema de ideas (al igual que lo tiene la política o la estética), que se manifiesta como una organización especial de valores o contenidos. En la medida en que tales contenidos se le manifiestan bajo la forma de conceptos o de categorías mentales, también ellos valen por alguna otra cosa, por las decisiones que implica, por las experiencias que señala. Según algunos, también ellos se manifiestan en la vida personal e interpersonal de Sigma como signos.
Ya veremos si ello es cierto. la verdad es que son muchos los que creen así. [ ... ] Con todo, el ejemplo podría inducir a pensar que esta invasión de los signos sólo es típica de la civilización industrial que puede observarse en el centro de una ciudad, rutilante de luces, anuncios, señales de tránsito, sonidos, sólo cuando hay civilización, en el sentido más banal del término.
Pero es que Sigma viviría en un universo de signos incluso si fuera un campesino aislado del mundo.
Recorrería el campo por la mañana y, por las nubes que aparecen en el horizonte, ya sabría el tiempo que hará. El color de las hojas le anunciaría el cambio de estación, una serie de franjas del terreno que se perfilan a lo lejos de las colinas te diría el tiempo de cultivo para el que es apto. [...]
Si fuera cazador, una huella en el suelo, un mechón de pelos en una rama de espino, cualquier rastro infinitesimal le revelaría qué animales habían pasado por allí e incluso cuándo... 0 sea que, aun inmerso en la naturaleza, Sigma seguiría viviendo un universo de signos.
Estos signos no son fenómenos naturales, los fenómenos naturales no dicen nada por sí mismos. Los fenómenos naturales "hablan" a Sigma, en la medida en que toda la tradición campesina le enseñó a leerlos. Así pues Sigma vive en un mundo de signos, no porque viva en la naturaleza sino porque incluso cuando está solo, vive en la sociedad, aquella sociedad rural que no se habría constituido y no habría podido sobrevivir si no hubiera elaborado sus propios códigos, sus propios sistemas de interpretación de los datos naturales (y que por esta razón se convertían en datos culturales).

(U. Eco, Signo, Barcelona, labor, 1988)

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